Un ritual que no se celebrará esta vez

Aunque la muerte de un Papa lo igualaba a todos los demás hombres, no ocurría lo mismo con el ceremonial que se desarrollaba inmediatamente después. La renuncia de Benedicto XVI al papado cambiará unos rituales ancestrales y curiosos que se iniciaban con el momento de la agonía papal. 
La muerte 
El Santo Padre yace en su lecho mientras su fin se aproxima. Salvo la única excepción de Juan Pablo I, todos los Papas de los dos últimos siglos han estado rodeados en sus últimos momentos de sus familiares, colaboradores y médicos. 
Pío XII quiso acabar con este abuso y redujo al mínimo la cantidad de personas admitidas en la habitación donde el Papa se dispone a morir. Por desgracia sus normas fueron por completo ignoradas: su agonía y muerte fueron las más concurridas y pudieron seguirse por radio. En una habitación contigua se instaló un aparato de radio desde donde el jesuita Francesco Pelegrino daba noticia de la evolución del estado del Papa. Y por si fuera poco, el doctor Galeazzi-Lisi, hombre de confianza del Papa, realizó unas fotografías de Pío XII agonizante y difunto que luego vendió a la revista “Paris-Match” tal como vemos en esta imagen: 

Muerto 
El ritual de la muerte comenzaba con la invocación del Camarlengo por la intercesión de los ángeles y de los santos a favor del Papa agonizante: “Sal, alma cristiana, de este mundo”. En ese instante aproximaba a los labios del Papa una vela encendida. Si la llama se movía, el Papa aún vivía. Se repetía la operación hasta que ésta permanecía inmóvil. Justo entonces se giraba a los presentes y les decía: “El Papa ha muerto”. Mientras se recita el responso “Venid en su ayuda”, y siguiendo el orden jerárquico, los presentes se iban acercando al lecho mortuorio para besar el pescatorio, el anillo del Papa. Entonces el Camarlengo abría las puertas de la habitación y pedía que corriera la triste noticia por los pasillos del palacio vaticano. 

Verdaderamente está muerto 

Acompañado de un destacamento de alabarderos de la Guardia Suiza, el Cardenal Camarlengo de la Santa Iglesia Romana se dirigía a la habitación del Papa. El Camarlengo vestía ya de violeta, que es el color del luto para los cardenales. Su primera función era el reconocimiento oficial del cuerpo del Soberano Pontífice: una vez en presencia del cadáver se inclinaba hacia él y le llamaba por su nombre de pila, repitiéndolo dos veces más. A cada llamada, el Camarlengo golpeaba suavemente la frente del difunto con un pequeño martillo de plata y mango de marfil. Obviamente, al no obtener respuesta, el Camarlengo procedía a la certificación oficial de la muerte del Papa con la frase: “Vere Papa mortuus est” (En verdad el Papa ha muerto). 



En ese momento retiraba el anillo del pescador del dedo del Pontífice y lo presentaba en una bandeja de plata para su destrucción. Ésta es la señal de que el reinado del Pontífice había acabado.

*Artículo elaborado por Sergio Escalera Aicua, subdirector de la Escuela Internacional de Protocolo de Valencia y especialista en protocolo religioso



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