Ceremonias políticas de la realeza en Castilla
Las ceremonias políticas de la realeza en la Castilla
Bajomedieval tenían como objetivo hacer más omnipresente el poder regio
mediante la capacidad de propaganda y legitimación que esas manifestaciones
ceremoniales llevaban aparejadas. La propaganda se manifestará en ceremonias
dirigidas a obtener la justificación de una política que no goza de unanimidad,
exaltando para ello el sentimiento de pertenencia a la comunidad; son
ceremonias destinadas a captar solidaridades y que contribuyen a dar respaldo a
una determinada aspiración política. Ese respaldo es la legitimación.
Exequias, acceso al poder y juramentos son tres ceremoniales
ligados entre sí y que ponen en juego tanto propaganda como legitimación de la
que se habla en el párrafo anterior.
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Los funerales de los reyes castellanos respondían “a un
esquema ceremonial más o menos repetido” (Nieto Soria, 1993), que se observa en
las disposiciones testamentarias que los reyes realizan y que habrán de
observarse tras su muerte. Nieto Soria (1993) marca unos momentos ceremoniales
propios en la muerte real, distinguiendo entre previos a la muerte, entre los
que estarían la intervención del confesor real –confesión, misa y unción del
monarca- y la comunicación de las últimas voluntades a los cortesanos
presentes.
Tras la muerte se produce el llanto
ceremonial pasándose inmediatamente al reconocimiento del sucesor, dando de
este modo mayor relevancia a la
“ceremonia de continuidad dinástica […] sobre las propias exequias, lo que
evidencia qué ceremonia tiene relieve legitimador y cuál carece de él”. Tras
esta ceremonia se procede a la lectura solemne del testamento real que “se
realiza en presencia de la reina, de los testamentarios de los cortesanos y de
los procuradores en cortes”, (Nieto Soria, 1993).
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El cuerpo del monarca fallecido se trasladaba a la catedral,
o a la capilla real, donde se celebrarán las exequias solemnes con presencia de
los personajes más notables del reino. Este ceremonial no estaba exento de
teatralidad, con el fin de darle la mayor dimensión pública: el ataúd sobre un
catafalco, cubierto de negro, iluminado por hachas de cera; el alférez
portando el pendón negro con las armas reales a los pies del ataúd, los
asistentes de luto riguroso, habían entrado en la catedral tras el alférez
real, recorriendo la ciudad en un desfile en el que simbólicamente se rompían
escudos negros en referencia al rey muerto.
En la catedral se celebraba la misa
de réquiem tras la que los restos del
monarca serían inhumados siguiendo las indicaciones que hubiese dejado en su
testamento.
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